Paseo en dromedario y té moruno
Actualizado: 25 may 2019

No quería subir porque me encontraba mareada, me dolía la espalda y tenía cierto reparo para estar a esa altura durante 40 minutos ida, desayuno, y vuelta otros cuarenta minutos. Mi marido no quería creer mi estado febril y me obligó a subir mostrándose intransigente con mi idea de cambiar a un buggy de dos plazas. Al principio lo odiaba y no quería mirar hacia atrás, uno de los guías "Yasin"con buen dominio del inglés y sorprendente pronunciación le preguntó si yo tenía alergia en los ojos, ji, ji (estaba llorando, creyéndome incapaz de aguantar la jornada). Mi marido le dijo lo que ocurría y ya en complicidad con él, que chapurreaba el castellano, empecé a relajarme y disfrutar de ese balanceo de la única joroba con el que tienes que hacerte para no sufrir.
Me encanta la nobleza de los animales y ese "no sé qué" que tienen en su mirada, si pudiesen hablar...

Ahí estoy yo, a lomos de mi dromedaria que se llamaba el equivalente a Jesús en femenino. Como iba la primera sin atar, era un poco traviesa y a veces se giraba a ver mis zapatillas o coger alguna rama a su alcance. Tenía un cuello de jirafa pero teleférico, con una capacidad de movimiento y giro que me ponía un poco nerviosa. Para mi agrado resultaron ser unos seres muy suaves y nada olorosos (quizás les tocó baño la noche antes de mi llegada ji). Me gustó la experiencia. Si te fijas en la fotografía hay un lugareño cogiendo hojas tiernas de palmera, con ella me hizo un anillo con forma de dromedario, por supuesto fue una grata sorpresa que le agradecí encantada.

En nuestra parada a los 40 minutos de marcha nos hicieron un té con las costumbres del país y esta era el azúcar de la que disponían en el pequeño conjunto de tres casas, en medio de la nada y fabricadas con ladrillos de barro y rudimentario horno de leña exterior. ¡Curiosa!, nunca la había visto en este estado.
Lo mejor: las sonrisas de los guías marroquíes y los habitantes del caserío. Habían tres niñas, sin escolarizar, de edades adolescentes y una pequeña. Qué inocencia más maravillosa.

Aprendimos los secretos del té y el sabor de la tradición y el buen hacer. Lo tiraban con la tetera desde una buena altura para conseguir espuma. Los vimos calentar el agua, poner el té, meter la hierba buena, el "terronaco"de azúcar y agitar repetidas veces. El mejor de todo el viaje, ni el fabuloso hotel La Mamounia con sus desorbitados precios pudo ofrecernos un sabor semejante en ningunos de sus tés e infusiones al módico precio de 8 euros.

Uno de lo guías me hizo este anillo que lucía orgullosamente mientras me relajaba con el té. Puedes ver el bolsito tan discreto que llevo para ir por el desierto. Yo no soy de mochilas, no van con mi anatomía ni mi personalidad y era el más pequeño y cómodo de los cuatro que llevé al viaje. En fin "ce la vie come ça", cumplió su papel y fui
muy cómoda.

En esta foto ya había superado el enfado y estaba totalmente integrada en la excursión y las cosas que me aportaba, una vivencia sencilla pero que te conecta con la vida. Mi marido estaba feliz después de degustar el té y unas fantásticas tortitas en horno de leña con sésamo y miel.

Esta pequeña tendrá unos tres años. Me encantó, venía a buscarme, se escondía, corría, entraba y salía...me hacía el gesto de hola y adiós con la mano, no puedes imaginar lo que comunicaban sus pequeños ojos. Tenía reparo en acercarse pero no podía evitar buscarme y al final conseguí hacerle la foto y acercarme. Le toqué la cara, era de seda, y llevaba su pequeña mano derecha con un dibujo de henna color arcilla marrón rojizo. Sólo tenía una goma del pelo negra, de estas de cable de teléfono que la niña aceptó encantada. Al principio era muy fuerte su recuerdo y aún lo conservo. Me encantaría hacerle llegar una muñeca esta Navidad.
Un beso pequeña, quizás un día seas un personaje influyente que llene de sabiduría este mundo.
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